Llega el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a su primer año de gobierno. La 4T (Cuarta Transformación) está en marcha y los análisis de una de las administraciones más observadas de la historia de México no se hacen esperar. Las promesas, los avances, los fracasos, las pifias, lo hecho, lo no hecho o por hacer, los números, la defensa, la crítica, todo servido a la mesa para formarse una opinión. En este punto, se considera más oportuno centrarse en la estrategia política de AMLO en la 4T, en lugar de repetir lo ya dicho.
Como se puede constatar, inundan las páginas de los principales diarios, los espacios radiofónicos y televisivos, las redes sociales, los recuentos, las numeralias, las predicciones de lo que vendrá, pero, sobre todo, dos posiciones perfectamente diferenciadas: una a favor y otra en contra no sólo de lo que se ha hecho hasta ahora en términos gubernamentales, sino, en particular, con relación a la figura de López Obrador, de tal manera que ambas posturas nublan el juicio e impiden ver, de un lado, las deficiencias y los errores, y del otro, los aciertos y aquello digno de ser apoyado.
Esta polarización, por cierto, no inicia con la presente administración o con las posturas de AMLO en tres campañas presidenciales. Tomó forma claramente a partir del proceso electoral de 2006, cuando la estrategia de campaña del PAN, con Vicente Fox Quesada y Felipe de Jesús Calderón Hinojosa a la cabeza, situara a López Obrador como “un peligro para México”.
El proceso que siguió, mismo que fue apoyado por un número importante de políticos, empresarios y líderes de opinión situados en todos los medios de comunicación tradicionales, provocó la división de la sociedad en esos términos, a favor o en contra de AMLO. Sin embargo, ha de decirse que la mexicana históricamente ha sido una sociedad dividida de muy diversas maneras, así por razones de clase, raza o sexo, por lo que ni el PAN ni López Obrador inventaron dicha separación, sólo la utilizaron en su favor.
En estos términos y de manera paradójica, AMLO ha hecho de esa polarización, provocada para impedirle llegar al poder, uno de sus más potentes instrumentos discursivos, no sólo durante las tres campañas presidenciales que lo llevaron finalmente a Palacio Nacional, sino en lo que va de su gobierno.
He aquí el primer elemento que permite analizar el primer año de la 4T, la construcción discursiva del poder lopezobradorista. En el espacio de las conferencias mañaneras y de diversas plazas públicas del país, el presidente ha construido lo que aquí se podría denominar “un discurso de poder”. Los nombres dados a dichas conferencias (“El poder solo tiene sentido cuando se pone al servicio de los demás”, “Llevamos a cabo el cambio para que el gobierno sirva al pueblo”), las frases (“mafia en el poder”, “no soy un ambicioso vulgar”, “el pueblo manda”, ), las referencias históricas (al gobierno de Juárez, al proyecto político de Madero), las descalificaciones (a opositores, a medios), los reconocimientos (a gente que apoya a la 4T) hechos en las ruedas de prensa y frente a la población, poco a poco han dado forma a una visión lopezobradorista del poder presidencial.
El poder presidencial, según López Obrador, tiene un carácter instrumental y no supone un objetivo en sí mismo. Es un poder que debe ponerse al servicio del pueblo, en especial de las clases menos favorecidas para protegerlas de los abusos de la mafia en el poder o, más claro, del despojo realizado por una élite política-económica alejada de las necesidades del pueblo. Al ser un poder democrático, las acciones del gobierno deben ser consultadas con el pueblo antes de ejecutarse y el presupuesto y las políticas públicas deben dirigirse a quienes sufren más carencias. En la misma línea, la rendición de cuentas y el derecho a la información son valores fundamentales, que la misma presidencia debe garantizar, aquí la importancia de las conferencias mañaneras.
Esta nueva forma de ejercer el poder político, inédita al igual que las conferencias de cada mañana, pues no existe en el mundo ni a lo largo de la historia otro mandatario que se atreviera a enfrentar cada día las preguntas y observaciones de un nutrido grupo de periodistas coloca en el centro a la opinión pública. Esta última es el segundo poderoso instrumento que AMLO ha utilizado durante doce meses para presionar no sólo a sus opositores, sino a aquellos grupos que pretenden cambiar las decisiones de su gobierno en materia de políticas públicas, y aún para corregir a miembros de su propio gabinete y de gobiernos estatales y municipales.
En estos términos, se puede afirmar que AMLO es además de juarista, maderista y cardenista, rousseauniano. Para Jean Jacques Rousseau estar frente a la opinión pública es como estar parado en un campo abierto donde no hay nada que permita ocultarse de la vista de quienes observan y juzgan. Así, López Obrador usa frases como “yo ya hice lo mío, ahora les toca a ustedes, la gente, el pueblo nos está viendo”.
Cabe decir que López Obrador dedica un lugar especial a los discursos moral y religioso dentro de su discurso de poder, enfatizando el “amor al prójimo”, como un valor cristiano, y la moralización de la sociedad, como una estrategia para restablecer la solidaridad y restaurar el tejido social, sin los cuales ninguna lucha contra la violencia y la inseguridad daría resultado.
Un segundo elemento, para analizar este primer año, es la concentración del poder facilitada por los resultados electorales que dieron a López Obrador, mayoría o casi mayoría en el Congreso de la Unión, mayoría en un número importante de congresos locales y una legitimidad de más del 50% de los votos, etc.
A lo anterior hay que agregar a cientos de seguidores activos, desde ciudadanos comunes hasta influencers, youtuberos, periodistas profesionales o amateurs, analistas políticos, intelectuales, la mayoría activos en las “benditas redes sociales”, todos dispuestos a apoyar y defender al presidente y su nuevo proyecto de Nación.
Pero, la fuente principal del poder presidencial es el pueblo, ese al que alude cotidianamente el primer mandatario, de ahí su insistencia en no perder el contacto directo, la comunicación, la cercanía, la retroalimentación. El pueblo, entiéndase las clases populares, es al final el objetivo último de AMLO, lo que explica la importancia otorgada a los programas sociales como “Jóvenes Construyendo el Futuro” y “Sembrando Vida”, así como las tarjetas del bienestar distribuidas entre personas discapacitadas o de la tercera edad, por mencionar algunos.
AMLO concibe al pueblo como un sujeto activo al que puede movilizar en favor de sus políticas de gobierno, pero también en su defensa personal, de ahí la importancia de utilizar la diferenciación entre pueblo bueno y fifís o mafia en el poder como un recurso discursivo que permite, de manera pedagógica, situar a los menos favorecidos frente a su enemigo histórico, las élites políticas y económicas, que en las últimas décadas ha mantenido al pueblo en el abandono social y económico. De aquí la vuelta de tuerca que significó que López Obrador utilizara y utilice la polarización provocada en su contra, por Fox y Calderón, como un recurso a su favor.
Esta polarización le permite no sólo indicar al pueblo hacia dónde dirigir la defensa de sus intereses, sino señalar continuamente a los sujetos o grupos que se resisten a perder sus privilegios y que no dudarían en hacerlo caer, sin importar las consecuencias que el país deba pagar, para volver al modelo político-económico que les permitió ejercer el poder y amasar grandes fortunas.
En este punto, López Obrador deberá hilar muy fino cuando esta polarización deba ser disminuida en favor de un proyecto unificado de Nación, pues al hacerlo no puede conceder poder ni espacios a quienes pretenden restaurar el régimen de profundas desigualdades sociales, creado en sexenios pasados.
Lo anterior ha llevado a pensar a más de un analista que López Obrador es el presidente más poderoso que ha tenido México. Habría que confrontar esta hipótesis con otro presidente, Porfirio Díaz, no en términos de la duración en el cargo, sino en materia de legitimidad e instrumentos de gobierno. Díaz al final tuvo que dejar el poder obligado no sólo por quienes pretendían un cambio de régimen, sino por las masas hambrientas y sometidas que su política económica creó.
Volviendo al punto, se puede sostener que las elecciones, sin embargo, no son la única fuente del poder lopezobradorista, AMLO ha tomado acciones específicas para concentrar el poder como: el nombramiento de “superdelegados” en todos los estados de la República Mexicana; la concentración de las compras en la Oficialía Mayor de Hacienda; la distribución de recursos públicos sin intermediarios; el monopolio de la comunicación política del gobierno en su persona; golpes directos e indirectos a medios (Reforma, Proceso) empresarios (la mafia en el poder) y políticos (ex presidentes).
El tercer elemento es la manera en la que el actual presidente ha ido desmontando la estructura del poder prianista, primero a través del ataque frontal a la corrupción como el saneamiento de Pemex y el combate al huachicol; segundo, generando cambios en la estructura sindical (la renuncia de Carlos Romero Deschamps) y promoviendo una nueva centralización de fuerzas sindicales en la figura de la Confederación Internacional de Trabajadores (CIT) creada por Napoleón Gómez Urrutia, líder de los mineros, a la que se han afiliado ya confederaciones obreras que tradicionalmente pertenecían al sector obrero del PRI, la Confederación de Trabajadores de México (CTM); tercero, reduciendo recursos a organizaciones de la sociedad civil y a órganos autónomos como el INE, además de proponer a gente cercana a él o desligada de los gobiernos anteriores para formar parte de los órganos autónomos; la reducción del presupuesto para pago a medios de comunicación que, entre otras cosas, genera, junto con las mañaneras, una nueva política de comunicación y que pone en aprietos a los medios acostumbrados a operar, en parte, con presupuesto gubernamental y que desempeñaron un papel fundamental en la estrategia “AMLO es un peligro para México”; en el mismo sentido, el apoyo directo para la formación de nuevas propuestas mediáticas en radio y televisión; los nombramientos de gente afín a la 4T en instancias de comunicación como Notimex y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, lo cual no es una novedad, pues todos los pasados presidentes así lo han hecho al colocar a su gente.
El último elemento para analizar aquí es el modelo de comunicación política inaugurado por López Obrador, el cual tiene como eje articulador las llamadas “mañaneras”, utilizadas no sólo en estricto apego a la rendición de cuentas y el derecho a la información, sino como forma de propaganda política de la figura presidencial, su gobierno, acciones y la 4T.
Las mañaneras permiten a AMLO estar presente en la mayoría de los medios de comunicación, mismos que se ven forzados, en términos comunicacionales, a darle cobertura a lo dicho por el primer mandatario cada mañana, de lo contrario dejarían de replicar la nota del día pagando la omisión con la posible reducción de sus audiencias; posibilitan que el presidente coloque temas en la opinión pública, mismos que son recogidos, defendidos o cuestionados por los principales líderes de opinión del país, incluso de otros países; le permiten igualmente, dar respuesta casi inmediata (salvo errores como el arresto y luego liberación de Ovidio Guzmán, en que la comunicación fue errática y deficiente) a cuestionamientos, rumores, fake news, etc.; son el espacio propicio para publicitar lo hecho o por hacer y para enviar mensajes, casi siempre directos, a opositores, críticos, gobernantes extranjeros como Trump, etc.; permiten reforzar la imagen presidencial, sus formas de decir las cosas, sus frases siempre pegajosas y fáciles de recordar, repetir e incluir en los acervos lingüísticos cotidianos.
Con este modelo de comunicación política se pretende evitar, aunque no siempre se logra, la dispersión de la información que sale del gobierno federal; disminuir la aparición de huecos informativos que son llenados con información sesgada, rumores, noticias falsas, etc.; enfrentar con los propios datos la circulación de información emitida por fuentes ajenas al gobierno; disminuir la posibilidad de que otros actores, grupos o medios dicten lo que se ha de debatir día con día.
Como se puede observar, la estrategia política de López Obrador está encaminada a controlar todos aquellos hilos que le permitan concentrar el poder. Concentración necesaria sin la cual sería imposible enfrentar y desmontar la estructura de poder previa, creada por el PRI y el PAN durante los sexenios anteriores, lograr un verdadero cambio de régimen y quebrar las resistencias de los grupos de poder y de interés que evidentemente se resisten al no querer perder los privilegios otorgados por administraciones pasadas.
El análisis de realpolitik hecho hasta aquí lleva a preguntarse por la efectividad de la estrategia política del actual presidente de la República para redirigir las políticas gubernamentales en favor de las clases pobres y medias, para incentivar el crecimiento económico, para reducir los niveles de inseguridad y violencia que sufre el país, para recolocar a México en el concierto de las naciones, para evitar que en los próximos sexenios la lógica política y económica impuesta en favor de los más ricos de México y el mundo vuelva a ocupar el espacio que AMLO y sus seguidores les quitaron.
*La Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la IBERO CDMX
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