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La mañana del 2 de enero un grupo de sicarios se dirigió a la casa de Gisela Mota, de 33 años, que horas antes había sido juramentada como la primera alcaldesa de Temixco, una localidad a una hora de Ciudad de México. Mota vivía con sus padres y estaba en pijama cuando los hombres llegaron. Estaba en el dormitorio y la mayoría de su familia estaba en la habitación del frente, arrullando a un bebé recién nacido.
Cuando sus familiares preparaban el biberón del niño, los asesinos rompieron la puerta. En medio de la conmoción, la funcionaria salió de su habitación y dijo : “Yo soy Gisela”. Frente a sus familiares aterrorizados, los hombres la golpearon y le dispararon varias veces hasta matarla.
Durante la sangrienta década de la guerra contra las drogas este tipo de violencia ha afectado a varias zonas de México. Pero el asesinato de la alcaldesa revela algunos cambios importantes en este conflicto. Mientras que los medios de comunicación están fascinados por los capos multimillonarios como Joaquín Guzmán Loera, que fue recapturado el 8 de enero después de su segunda fuga de una prisión (y luego de la entrevista secreta con el actor Sean Penn), la guerra evoluciona mucho más allá del tráfico de drogas.
Ahora los carteles luchan por el poder político. Después de la detención de dos sospechosos del asesinato de Mota, la policía dijo que el crimen fue parte de una campaña regional del cartel Los Rojos para controlar gobiernos locales y robarle recursos a los pueblos.
La madre de Gisela Mota, Juana Ocampo, participó en una marcha realizada en Temixco cinco días después del asesinato. El evento reunió a centenares de ciudadanos vestidos de blanco. Ocampo, una activista veterana, sabía que su hija tenía un trabajo peligroso en un país como México, donde sicarios han matado a casi 100 alcaldes durante la última década.
“Desde que Gisela era una niña quería meterse en política para cambiar las cosas”, me dijo la señora Ocampo. Mota se había pronunciado en contra de la corrupción en Temixco y luchaba por una reforma que la convirtió en objetivo del narco. Sin embargo, Juana Ocampo dice: “Nunca me imaginé que esto podría suceder. Espero que haya justicia. Vamos a tomar medidas para exigir que se aclare el caso”. Los manifestantes que la acompañan llevan pancartas con el mensaje: “Yo soy Gisela”.
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