El pasado fin de semana tuvo lugar en Roma la reunión del llamado G20 que agrupa a las economías mas importantes del mundo, la Unión Europea, España como invitado permanente y algunas consideradas “emergentes” entre las que se encuentra México. Surge en 1999 como una derivación del G7, representan el 60% de la población mundial y el 80% del Producto Interno Bruto global y sus jefes de Estado o Gobierno se reúnen desde 2008 aproximadamente cada año para abordar temas globales que en principio son de interés o tienen impacto en todas las economías presentes.
En esta ocasión la participación de jefes de Estado o Gobierno fue importante. De manera presencial estuvieron 16 presidentes o primeros ministros, tres (China, Japón y Rusia) lo hicieron vía remota a través de video y solo uno no participó ni presencialmente ni vía remota. Adivinaron, AMLO, el presidente mexicano fue representado por su secretario de relaciones exteriores.
La agenda de esta reunión es particularmente importante para México. En esta ocasión se abordaron temas relativos a la pandemia de COVID-19, el cambio climático y la recuperación económica.
A juzgar por las actividades desarrolladas durante el fin de semana, no parece que AMLO haya tenido nada mas importante que hacer. El viernes 29 (día en que los otros líderes viajaron), visitó el estado de Campeche en donde la recién electa gobernadora Layda Sansores, cercana a AMLO desde hace años, le agradeció públicamente poner a ese estado en el “mapa del mundo” y lo reconoció como “el guía, el líder, el poema que siempre marca la ruta”.
Es claro que a AMLO no le gustan los escenarios internacionales. No se siente cómodo. En tres años de gobierno solo ha viajado una vez cuando fue a Estados Unidos y la agenda se redujo a una reunión con Donald Trump. A AMLO le asiste todo el derecho de no sentirse a gusto en reuniones internacionales y preferir escuchar las alabanzas de la gobernadora de Campeche, o las porras y preguntas “a modo” en sus conferencias matutinas o en sus eventos cuando supervisa avances de obra, pero cuando se es funcionario público, sobre todo siendo el titular del poder ejecutivo, se tienen obligaciones que hay que cumplir, aunque no todas gusten. Y una de las obligaciones fundamentales es justamente representar al país en reuniones como las del G-20.
Enviar a un representante, por bien que lo haga quien sea designado, no es cumplir cabalmente con la obligación que se deriva de ser presidente de México. Sobre todo, cuando es el único que no asiste de ninguna manera a la reunión y seguimos esperando cual es la razón que justifica su ausencia.
En esos espacios hay encuentros, reuniones bilaterales, se posicionan temas que para el país son importantes y recordemos que presidentes hablan con presidentes, no con subordinados. Es un principio básico de la diplomacia.
Por su parte, el canciller mexicano hace lo que puede y se esfuerza en mandar a México el mensaje de que está haciendo bien su chamba como para que además no se olviden de que existe, para lo que se ofrezca. Se ha tomado “selfies” con cuanto presidente se ha dejado y saluda a todos en los pasillos. Su equipo de comunicación casi inmediatamente trata de convertir cualquier saludo en boletín de prensa como si se trataran de reuniones bilaterales, mientras los saludados ni siquiera lo mencionan. Hasta le organizaron un evento en la embajada mexicana en Italia para inaugurar de manera virtual la ventanilla de salud mental en la que habló del “bullying” en las escuelas.
Solicitó el reconocimiento universal de las vacunas, refiriéndose sin duda a los millones de vacunas rusas y chinas (ambos miembros del G-20 que no llevan ese tema a la reunión) que México aplicó a sus ciudadanos y que no eran y no son reconocidas aun por la Organización Mundial de la Salud. Seguramente algunos asistentes se preguntarán porque México primero aplica vacunas y luego pide que se reconozcan y sean aceptadas, cuando el camino natural es al revés.
El desprecio de AMLO por la reunión del G-20 se suma a su ausencia internacional. Como si México fuera una burbuja que no necesita comunicarse con otros países ni participar en este tipo de foros. No es que ello tenga impactos negativos de manera inmediata, a veces estar no sirve de nada, pero no estar si tiene consecuencias y simplemente se pierden oportunidades para México. Tal vez piense que no asistir a estas reuniones con los países ricos es una muestra de identidad con el pueblo. Nuestro presidente debe hacer lo que le conviene a México, más allá de que le guste o no.
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