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El presidente de México cree que al atacar la crisis económica del coronavirus con medidas de austeridad afectará a los más ricos y reducirá la desigualdad. En realidad, los más pobres serán los más afectados.
La autora es analista política mexicana y doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard.
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CIUDAD DE MÉXICO — El plan económico de México para afrontar la COVID-19 es ortodoxo y austero. Otras naciones latinoamericanas han respondido a la emergencia sanitaria dando salarios de emergencia a trabajadores informales, han aumentado en niveles históricos su gasto público o eliminaron el pago de servicios como electricidad y agua. No en México.
El país dará batalla a la pandemia con medidas que habrían hecho feliz al Fondo Monetario Internacional de los noventa: redujo los salarios de los trabajadores del Estado y los obligó a devolver su bono navideño, recortó el presupuesto público de varias secretarías y a las pequeñas empresas solo les extendió créditos. El gasto público se incrementó en solo 0,7 puntos del PIB.
Para enfrentar esta crisis compleja, parece que el único as bajo la manga del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es continuar con los programas sociales de siempre.
Pero esta política es equivocada y mediocre. Equivocada porque los programas no atienden a los nuevos desempleados pobres e informales que surgirán como consecuencia de la COVID-19. Y mediocre porque parece asumir que en crisis anteriores el Estado se ha endeudado sin beneficiar a los pobres y que aumentar la deuda hoy sería igual de inefectivo.
La obstinación de López Obrador con la austeridad no es nueva. A lo largo de su carrera ha interpretado —como se deja ver en algunos de sus libros— que aumentar la deuda del Estado significa otorgar apoyos a la industria y, por tanto, favorece solo a las grandes empresas y a los ricos a costa del endeudamiento futuro de la población mexicana. También se empeña en creer que los programas sociales que inauguró al inicio de su mandato ya cubren las necesidades de los más pobres y que no es necesario aumentar el gasto público. No es todo: López Obrador ha interpretado que la deuda pública conduce a la pérdida de soberanía, que mientras más tenedores de bonos públicos existan, más tendrá que rendir cuentas a inversionistas y bancos extranjeros.
Si bien López Obrador tiene razón en que la adquisición de deuda reduce su poder soberano, no la tiene en asumir que toda deuda se traduce inmediatamente en apoyos a los ricos. México tiene una larga historia de vergonzosos rescates a multimillonarios pero eso no significa que el país siempre tenga que usar su deuda de la misma forma.
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