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CIUDAD DE MÉXICO — La noticia de que el gobierno mexicano podría estar usando el software Pegasus, una tecnología especial destinada al combate de grupos criminales, para espiar e intimidar a defensores de derechos humanos, líderes anticorrupción y periodistas es un ejemplo de cómo el régimen autoritario nunca se fue de este país.
El asunto es particularmente grave en el contexto de violencia contra la prensa. México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el oficio periodístico. Solo en este año han asesinado a seis periodistas. Casi la totalidad de los 106 asesinatos de periodistas desde el año 2000 a la fecha ha permanecido impune.
El asesinato hace poco más de un mes de Javier Valdez, un periodista conocido y valiente, fundador del semanario Riodoce, ha vulnerado como nunca antes al gremio y ha levantado enormes cuestionamientos sobre la capacidad, pero sobre todo la voluntad del Estado mexicano de ofrecer alguna protección efectiva. Las revelaciones de espionaje a periodistas solo abonan a la idea de que, más que proteger a la prensa, el gobierno mexicano la mira como un grupo disidente o, de plano, como un enemigo.
De acuerdo con la investigación de The New York Times, dos periodistas de alto perfil han sido víctimas de ataques cibernéticos; uno de ellos es Carlos Loret de Mola, que tiene un noticiero televisivo en las mañanas y una influyente columna en el periódico El Universal; la otra es la popular conductora de radio Carmen Aristegui. Ella y su equipo publicaron a finales de 2014 una investigación que señalaba cómo la elegante casa de la primera dama había sido financiada por uno de los principales constructores de obra pública de México.
En cualquier otro país, Carmen Aristegui habría recibido premios por su investigación. En México, los periodistas de su equipo fueron cesados por supuestas violaciones del contrato laboral. Ella amenazó con renunciar si no reinstalaban a sus colegas y luego fue despedida. Más tarde fue objeto de demandas judiciales.
A partir de 2015, Carmen Aristegui comenzó a recibir mensajes de texto desde números desconocidos pidiendo que hiciera clic en un vínculo que, por ejemplo, le advertía que podía ser encarcelada. Los mensajes comenzaron a llegar también al número de teléfono de su hijo. Si el receptor de estos mensajes hace clic, el sistema de espionaje se infiltra en el teléfono y permite monitorear todas las actividades del celular.
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