El 14 de junio del 2006, producto del violento desalojo del plantón magisterial por la policía estatal, se insurreccionaba el magisterio oaxaqueño contra el autoritarismo del gobernador priista y asesino Ulises Ruiz.
Mario Caballero
Imagen: blog Zapateando.
Junto a ellos se organizaron varios sindicatos del estado, comunidades campesinas, estudiantes, comerciantes y gente del pueblo, dando lugar a la formación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO).
Este organismo de lucha estableció su poder territorial en pleno corazón de la capital de ese estado. Y mediante la formación de barricadas en varios puntos estratégicos de la ciudad defendió la que fue conocida como La Comuna de Oaxaca del ataque de las bandas armadas del gobierno y la ultra derecha empresarial y caciquil.
Esta heroica lucha, que representaba a varios movimientos, despertó la simpatía de importantes sectores de la población que venían sufriendo la opresión y la explotación del gobierno y la clase dominante local.
Dejó importantes lecciones que no han sido suficientemente analizadas, por lo que pretendemos incorporar hoy algunas reflexiones que contribuyan, desde un punto de vista de clase, a la valoración de este importante proceso de la lucha de clases en esa entidad que fue conocido a nivel mundial.
Si bien el eje motor de la movilización fueron las demandas del magisterio oaxaqueño, la fortaleza de la APPO residió en la incorporación de otros sectores de la población con sus propias demandas dándole por lo tanto a este organismo una importante base programática aglutinadora del descontento obrero y popular.
Fue el endurecimiento de la represión gubernamental y la cerrazón oficial las que abonarían a la masificación de este significativo movimiento de principios de este siglo.
La polarización del conflicto tuvo también que ver con la intervención de grupos políticos del régimen que, en una lucha de poderes, instigaron a favor o en contra de los bandos en lucha.
Es decir que, basándose en el genuino descontento de las masas y sus justas demandas, trataron de servirse de esta lucha para manipularla a favor de sus intereses.
Sin embargo, la profundización de la dinámica del proceso obedeció más a las viejas causas estructurales no resueltas durante décadas de opresión y explotación capitalista en esa entidad. Es por esto que los distintos sectores que integraron la APPO planteaban como demanda elemental la caída del gobernador Ulises Ruiz, representante de lo más conservador de los terratenientes y los empresarios regionales.
Ante una sociedad tan polarizada la clase política nacional, temerosa de la caída del gobernador en manos del pueblo, tomó partido por él, apoyando una verdadera masacre sobre los heroicos comuneros –como fueron los secuestros y asesinatos de activistas, y la formación de los escuadrones de la muerte que ametrallaban a la población despiadadamente en las barricadas–.
Esto se mostró en el acuerdo entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN) para estabilizar la situación política abierta con la insurrección de las masas oaxaqueñas.
Pese a todo el movimiento resistió heroicamente, realizando incluso acciones radicales como la toma del palacio municipal (haciendo huir a Ulises Ruiz) y varios edificios públicos.
Pero el punto más alto de esta radicalidad fue la toma de los medios de comunicación privados y estatales, como sucedió con el Canal 9 de televisión y la radiodifusora local, expropiado en los hechos momentáneamente por las mujeres oaxaqueñas que conformaron la Coordinadora de Mujeres de Oaxaca (COMO). Es decir, pusieron bajos sus manos el control, temporalmente, de los medios de comunicación de la burguesía.
La población organizada en la APPO mostró una gran combatividad y resistencia. El movimiento conquistó una enorme simpatía a nivel nacional, como lo mostraron las llamadas megamarchas en esa ciudad con la participación de trabajadores, estudiantes y campesinos del DF y otros estados del país.
A pesar de esto, la dirección política de la APPO estuvo lejos de desarrollar una estrategia independiente, por fuera de cualquier pacto con los políticos del régimen y sectores de la burguesía. Una estrategia independiente implicaba fortalecer el organismo central de toma de decisiones con la más amplia democracia directa que garantizase la apertura de las discusiones al conjunto del movimiento y no solamente entre los dirigentes.
La política de pactos y treguas con el gobierno federal se contradecía con la política proclamada de echar abajo a Ulises Ruiz y conformar un “gobierno popular”.
Por eso, lo que en su inicio mostró progresivos rasgos democráticos, terminó siendo un acuerdo de cúpulas, en base a intereses de grupos, ajenos a los intereses de clase de esas valientes y abnegadas masas que le dieron la fortaleza al movimiento.
Es decir, de esa manera renunciaban a luchar por la caída del gobierno local en base a la movilización y a la radicalización de un programa que atentara contra las bases capitalistas del mismo gobierno.
Como en otras grandes gestas obreras y populares en la historia de la humanidad, las masas oaxaqueñas sublevadas dieron todo de sí; pusieron los muertos, fueron encarceladas, se dividieron las familias, etcétera.
Pese a los límites que pudo tener esta gran lucha y pese a que, lamentablemente, la clase trabajadora no salió a luchar junto a ellas a nivel nacional, y a que fueron ignoradas por el gran movimiento democrático nacional encabezado por Andrés López Obrador –quien no quiso contaminar su lucha electoral con la de los maestros, campesinos, estudiantes, colonos, taxistas, comerciantes y población en general– no estaba dicho que la APPO no podía triunfar.
Fue ante todo la ausencia de una estrategia que se planteara seriamente luchar por el poder apoyada en la movilización de esas masas que reclamaban demandas sindicales, salariales, tierra para los campesinos, y castigo a las guardias blancas, así como las demandas de los estudiantes y la juventud. Demandas que solamente un gobierno obrero y campesino podrían haber resuelto.
Por eso, la propuesta de la entonces Liga de Trabajadores por el Socialismo (hoy Movimiento de Trabajadores Socialistas, MTS) de luchar por un gobierno provisional revolucionario que empezara a resolver el problema de la tierra, la falta de empleos, los bajos salarios y el cese a la represión, así como el castigo a los asesinos de la población oaxaqueña, tenía el valor que le daba la irresolución de estas demandas a manos de dirigentes que no enfrentaban hasta el final a la clase dominante.
Pero, fundamentalmente, faltó una dirección revolucionaria que acaudillara las demandas de los sectores en clave auténticamente anticapitalista. Las direcciones que existieron –populistas, reformistas, estalinistas– mostraron, una vez más en la historia, que sólo sirven para organizar derrotas.
Sin embargo, estas lecciones no pueden quedar en el vacío. Las nuevas generaciones deben aprender de estos errores y romper cualquier ilusión en direcciones como éstas. Es decir, la fuerza de ese movimiento y sus perspectivas deben ser aprovechadas por todos aquellos que, o fueron impedidos de hacerse escuchar por las direcciones, o por la generación que en ese momento era muy joven.
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