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Presentada como la máxima fiesta de los oaxaqueños, la Guelaguetza es un evento que año con año asombra a propios y extraños, dando muestra de la historia, diversidad y cambios que han tenido los pueblos que conforman este territorio.
Debo mencionar que, siendo joven y proveniente de la región Mixteca, me ha resultado interesante la expectativa que genera la Guelaguetza, incluyendo desde la gente que hace fila para acceder a una sección gratuita hasta la élite económica y política del estado. Unos como otros resaltan el alcance que tiene la festividad, la atracción de turistas nacionales e internacionales y la derrama económica que esto conlleva. Por lo anterior, quisiera presentar algunos elementos que permiten entender cómo se construyó la festividad de la Guelaguetza, sus cambios y lo que hoy tenemos.
De acuerdo con Daniela Traffano, en su artículo “Oaxaca y su Guelaguetza”, publicado en la revista Relatos e historias en México, el antecedente de la Guelaguetza se ubica en 1932, un año después del movimiento telúrico que devastó a la ciudad –la cual documentó el famoso cineasta ruso Sergei E. Eisenstein, titulando a su corto como “El desastre de Oaxaca”–, provocando muertes y desplazamientos. Para recuperar el ánimo de las personas y reactivar la economía, las autoridades estatales aprovecharon que en 1932 se cumplían 400 años de la denominación de Oaxaca como ciudad y organizaron diversas actividades en donde destacó el Homenaje Racial. En este acto las “embajadas raciales”, es decir, los representantes de las regiones, mostraron sus atuendos “típicos”, música, artesanías y lo que producían en sus tierras.
El homenaje era parte de una corriente del México posrevolucionario, en la cual se buscaba que el indígena se sintiera parte de un país, México, y un estado, Oaxaca. Según Olga Sánchez, en su artículo “La fiesta de la Guelaguetza: reconstrucción sociocultural del racismo en Oaxaca”, si bien el Homenaje Racial pretendía una mayor unidad ideológica, las autoridades no procuraban disminuir las brechas materiales (económicas) entre la capital y las regiones.
Como señala María de la Luz Maldonado, en “La Guelaguetza y los procesos de simbolización de la ritualidad festiva en las comunidades de Oaxaca”, el Homenaje Racial de 1932 no volvió a repetirse, en su lugar se retomó la tradición del “Lunes del Cerro”, que provenía de la época virreinal y consistía en que las familias iban a Cerro del Fortín a dar un paseo y degustar de la comida regional después de la celebración a la Virgen del Carmen, el 16 de julio. Después de 1932 y hasta 1959 el ayuntamiento del centro organizó programas en los cuales se incluían danzas (interpretadas por estudiantes de la ciudad), concursos de canción y actividades deportivas.
Fue en la década de 1950 cuando las autoridades y empresarios locales intentan darle proyección nacional e internacional a la ciudad. En esta misma década, los organizadores de los Lunes del Cerro deciden invitar a las comunidades para participar en las fiestas, además, se le asigna el nombre al evento como hoy lo conocemos, Guelaguetza, palabra zapoteca que se relaciona con la ayuda mutua. En estos mismos años se establece el formato en el cual las principales autoridades del estado hacen acto de presencia en el evento junto a personas reconocidas. En 1974 se construye el inmueble que hoy llamamos Auditorio de la Guelaguetza. Para 1980, la organización deja de recaer en el ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, a partir de entonces quedó en manos de la Secretaría de Turismo, tal cambio resulta importante para María de la Luz Maldonado, ya que “con ello comienza la consolidación de la fiesta de la ciudad como espectáculo folclórico para el turismo”. Actualmente las delegaciones no son invitadas, deben mandar una solicitud a la Secretaría de Turismo y después participar en un proceso de selección donde un Comité de Autenticidad define su aparición o no en la Guelaguetza.
Con el transcurso de los años, la Guelaguetza sigue preservando el discurso de unidad entre los pueblos de Oaxaca; paradójicamente, el evento es cada vez menos accesible a los oaxaqueños, principalmente los de la capital, quienes antes eran los que lo disfrutaban. Comentando con algunos adultos sobre cómo han vivido la Guelaguetza, varios dijeron que en su infancia acudían con sus familias al Cerro del Fortín a ver las danzas, llevaban sus alimentos y pasaban un rato agradable. Debido a la sobreexplotación comercial que ha tenido la actividad cultural ahora las cosas son distintas: unas personas han dejado de asistir, otras prefieren ir a otros sitios cercanos de la ciudad en los cuales hay presentaciones gratuitas o donde se pide una aportación monetaria mínima.
También inquieta que una fiesta que se vende como la expresión cultural de los oaxaqueños, no todos sean partícipes de los beneficios que de ella se generan, o al menos las delegaciones que ahí se presentan. Así lo constata la solicitud de información, con número 496818, en donde la Unidad de Transparencia dio a conocer que la derrama económica de la Guelaguetza 2017 se concentró en el sector de hotelería, restaurantes y artesanías. Son estos mismos grupos los que buscan, a través de las autoridades, exprimir más y más a la Guelaguetza. Basta recordar cómo en el gobierno de Ulises Ruiz las presentaciones pasaron de dos a cuatro; desde el año pasado se decidió que también se venderían los espacios de la sección C, que antes junto a la sección D era gratuita; y recientemente el gobernador, Alejandro Murat, comentó que está gestionando para que en 2020 haya tres Lunes del Cerro, buscando satisfacer la alta demanda.
No hay duda de que la Guelaguetza reúne parte de la gran diversidad de nuestro estado, sin embargo, resulta difícil entender cómo siguen exaltando y explotando algunos rasgos de los pueblos por unos cuantos días, mientras el resto del año son las mismas autoridades –así como probablemente parte del público– las que las mantienen en el olvido y la discriminación. No existe la reciprocidad que tanto se presume en el evento, mientras las comunidades contribuyen a la exposición de Oaxaca en el mundo, generando derrama económica, el gobierno sigue sin resolver los problemas económicos y sociales que hay en las regiones. En lo personal, sólo pido que el discurso adquiera congruencia, que haya unidad como resultado en la disminución de las brechas económicas y políticas entre el centro y las regiones.
Estudiante de economía, UABJO
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